Hace 17 años, el fallecido periodista de la COPE, Antonio Herrero, desvelaba en su programa radiofónico que la vedette Bárbara Rey había interpuesto denuncia por “robo en su domicilio de carretes fotográficos sin revelar, cintas grabadas de varios autores, una agenda personal, todo esto propiedad de su hijo, tres cintas de casete, cinco de vídeo y veinte diapositivas, lo cual implica a personas importantes de este país por ser comprometedoras para ambos”. Era el 26 de junio de 1997.

En aquellas fechas, la que fue musa del cine erótico, señalaba con su dedo acusador a Manuel Prado de Colón y Carvajal, testaferro convicto del Juan Carlos, a quien responsabilizaba de mandar “a las personas autores de este hecho con el fin de retirar toda la documentación comprometedora para dicha persona”.

Años después, en 2011, el excelente periodista de investigación especializado en temas de espionaje, Fernando Rueda, publicaba un libro que lleva por título “Las alcantarillas del poder” editado por La Esfera de los Libros., donde nos cuenta –entre otras muchas cosas- cómo La Zarzuela encargó a los servicios de inteligencia del CESID –actual CNI- que investigara a “la musa del destape”, Bárbara Rey.

El propio Rueda confirmó en una entrevista que concedió al periódico de tirada nacional El Mundo, dirigido entonces por Pedro J. Ramírez -recientemente despedido del medio-, que la vedette se entrevistó poco antes del robo con “Mario Conde para facilitar al ex banquero la información que la actriz califica de comprometedora”.

Paralelamente, y también por esas fechas, la polémica periodista Pilar Urbano publicaba otro libro titulado “Yo entré en el CESID”, en cuyas últimas páginas describía lo que, según la autora, hubiese podido ocurrir en el chalet de Bárbara Rey en palabras, siempre según ella, de Andrés Fuentes, jefe de la División  de Seguridad: “Cuando se ha estudiado el exterior, se decide si entrar de día o de noche... Una operación como ésta te obliga a entrar seis o siete veces… Entras y es un chalé atiborrado de muebles, cuadros, lámparas, chismes, fotografías… Cuando una persona esconde algo, lo puede tener en sitios insospechados: dentro de un colchón, en los cojines de un sofá… Tú no puedes estar ahí desgarrándolo todo. Al contrario no se debe notar que has estado ahí. Vamos a lugares donde B.R podría haber escondido sus escabrosos tesoros… y resulta que ella tiene muchísimos vídeos, porque ha grabado cosas de todo el mundo: de Colón de Carvajal… Una de las condiciones, por tanto, será trabajar in situ. Hay que ver todas las cintas, porque un vídeo puede empezar con los niños jugando en la playa y al poco, zas, el vídeo escabroso. Otro punto importante para una mujer como B.R., aunque alguien le diera mil millones de pesetas, es que no hay modo de tener la certeza, con prueba, de que no se haya quedado con otra copia… Cuando das con el videoclip de marras, a lo mejor te percatas de que la carátula tiene una pequeñísima marca: un triángulo, tres puntos… Entonces sacas el contenido. Dejas el continente y sustituyes un videoclip por otro tan inocente como… Independence’s Day. Al menos, así salen ganando los niños.”

A pesar de los continuos desmentidos de la actriz, a día de hoy, son muchos los periodistas e investigadores que reciben informaciones, verdaderas  o falsas, que indican que Bárbara Rey  habría recibido, presuntamente, elevadas cantidades de euros procedentes de los fondos reservados del Estado a cambio de mantener la boca cerrada ¿qué teme la Casa Real de los secretos que celosamente guarda la actriz?

Pero no queda ahí la cosa. Cuenta Fernando Rueda, en el mencionado libro, que en lo relativo al noviazgo del Príncipe Felipe con la plebeya, Letizia Ortiz Rocasolano, la Casa Real ordenó a los servicios de inteligencia españoles que investigara el pasado de la novia del príncipe ya que corría el rumor sobre un pasado, más o menos, tenebroso de la persona en cuestión. Así, “en los meses en los que salieron juntos y acrecentaron su amor, Letizia tuvo que pasar, sin saberlo, la prueba más dura antes de casarse con el heredero a la Corona: la investigación del CNI”, según el propio Rueda.

“La Zarzuela sabía que la misma investigación sería llevada a cabo por los enemigos de España y por tanto había que evitar a toda costa cualquier tema que pudiera servir de campo de batalla. No se espió formalmente a Letizia, sino que se investigó su vida previa a su relación con el Príncipe para evitar que servicios de espionaje extranjeros o mafias pudieran chantajear al país o encontrar alguna debilidad. Posiblemente, se procedería a retirar por ejemplo los informes médicos para que la CIA o la KGB no se hicieran con la información”, afirmaba Rueda en una entrevista concedida a Vanitatis.

Y es que no se trataba de un rumor y ese informe secreto existía verdaderamente. Isdre Cunill, autor del libro “Letizia Ortiz: una republicana en la corte de Juan Carlos I”, ya hacía referencia al mismo al desvelar parte de su contenido en el que, entre otras cosas, se especulaba sobre la “presunta detención por posesión de hachís y un supuesto aborto que la princesa Letizia habría sufrido en un hospital de México”. A este respecto, Rueda duda que Cunill haya tenido materialmente acceso al ciado documento original ya que "si no lo hubiera mostrado sin reparos en el libro, como hubiese hecho cualquiera”, sin embargo tiene la certeza de que ese documento existió.

Las conversaciones privadas del Rey

De lo que no cabe duda es de la vigilancia a la que los servicios de inteligencia sometieron al general Sabino Fernández Campo, secretario de la Casa del Rey entre 1977 y 1990. Los espías, que fueron sorprendidos in fraganti en febrero de 1982, pasaron a la historia de La Casa –como se conocía entonces al CESID- como los más bobalicones de su promoción

Pero no fue esa la única operación encubierta donde los espías fueron descubiertos con “las manos en la masa”. El caso que mayor conmoción causó fueron las famosas “escuchas reales” donde fueron grabadas por el CESID conversaciones privadas entre Juan Carlos y algunos de sus íntimos.

El 12 de junio de 1985, en pleno apogeo del gobierno socialista de Felipe Gonzáles, el periódico El Mundo llevaba a su portada el siguiente titular: “El CESID grabó y archivó en su ‘cintateca’ conversaciones del Rey y sus amigos”. En sus páginas interiores, el artículo, desvelaba “una serie de conversaciones interceptadas por el Gabinete de Escuchas del Jefe del Estado con amigos como el príncipe Tchokotua, el embajador Prado y Colón de Carvajal y el argentino Carlos Perdomo”. Aquello terminó con la dimisión del director del CESID, general Emilio Alonso Manglano, el ministro de Defensa, Julián García Vargas, y el vicepresidente del gobierno, Narcís Serra.

Pero, como se ha mencionado al principio de este artículo, el capítulo quizá más curioso del libro de Fernando Rueda “Las Alcantarillas del Poder” es en el que se narra una presunta intervención por parte del CESID en casa de Bárbara Rey con el fin de sustraer un material “escabroso y comprometedor, referido a una alta personalidad del país”, a quien muchos pusieron nombre y cargo: Don Juan Carlos I, Rey de España. El escándalo estaba servido y las informaciones no han dejado de sucederse. Incluso hoy en día el acontecimiento se ha colado en la lista de las cien operaciones de los servicios secretos españoles que han marcado el devenir de los últimos 39 años de historia del país.