Por decencia, Rajoy debería poner su cargo a disposición de Felipe VI
El próximo día 19 de junio, tras la proclamación de Felipe de Borbón y Grecia cómo nuevo rey de España por la Gracia, no de Dios sino de la Constitución Española de 1978, lo primero que por ética política y decencia personal así como por honestidad hacia la democracia y su electorado, el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy y Brey, debería de poner su cargo, y el de todos sus ministros, a disposición del nuevo Jefe del Estado. Eso sería lo razonable
De esa forma, el nuevo Jefe del Estado, se encontraría en disposición constitucional de disolver las Cortes y proponerle al Presidente del Gobierno en funciones la convocatoria de nuevas Elecciones Generales con el fin de hacer coincidir los comicios y la voluntad popular con el inicio de su reinado o bien confirmarlo, a él y a su Gobierno, en el cargo hubiera o no crisis de gobierno y relevo en las carteras ministeriales pertinentes. Eso sería lo correcto.
Está claro que la herencia que recibirá el nuevo Jefe del Estado no es plato de buen gusto para nadie e imagino, que tampoco para él. Y aunque esté preparado, cuestión que no debería de ponerse en duda sobre todo al principio de su jefatura, el hedor a cloaca que desprende, en líneas generales, la política española y, de forma más concreta la propia Casa Real, ha de ser tan nauseabundo como para que la más alta Magistratura del Estado tome las riendas de su incipiente reinado con pinzas y mascarilla.
No cabe duda de que la peor servidumbre, para él y la primera dama –la reina consorte-, es haber llegado por derecho dinástico y, constitucionalmente, hereditario, no por elección popular a la más alta cima del Estado. Estoy plenamente convencido que, ambos, dada su preparación, son conscientes de esa situación y hay que presuponer que sabrán soslayarla con prudencia y templanza pues falta les va a hacer.
No ha de ser nada fácil ser consciente de que una parte importante de la población, que sin ser hoy opositora, los va a tener en incómoda observación atentos a cualquiera de sus actitudes por nimias que estas sean. Han de ser conscientes de que, a partir del mismo día 19 de junio, van a ser el blanco de las críticas y las insatisfacciones de buena parte de la ciudadanía como, también, han de ser conscientes de lo que el pueblo espera de ellos no ya solo con respecto a sus acciones personales sino también con lo que respecta a la situación judicial en la que se encuentra parte de su familia directa y, por qué no, las que pudieran surgir en un futuro, más o menos cercano, con respecto a los turbios, y quizás fraudulentos negocios llevados a cabo por el anterior Jefe de Estado que , en este caso, es su propio padre.
Cabe la posibilidad, nada extraña, de que ahora, perdida la inviolabilidad e inimputabilidad del que fuera rey de España empiecen, una vez superado el temor popular, a presentarse denuncias penales contra su persona cuya figura dejará de ser constitucionalmente inviolable e inimputable su responsabilidad penal o civil. Cabe esa posibilidad.
Como también cabe la posibilidad de que este Gobierno, lejano de la oportunidad histórica que se le presenta, pretenda seguir poniendo parches a una Constitución obsoleta para los tiempos actuales y prefiera blindar al anterior Jefe del Estado lo que, indudablemente, elevaría de forma difícil de pronosticar, el grado de indignación de un pueblo cansado ya de tanta corrupción y tomadura de pelo, lo que sería un mal comienzo para su reinado y un mal final para unos gobernantes que posiblemente pasarán a la historia como uno de los peores gobiernos desde la Transición. Pero, a veces, la miopía política, los intereses creados o los pactos de silencio llevan a esas actitudes que el pueblo ni olvida ni perdona.
Es el momento de refundar el Estado y hacer un proceso constituyente nuevo que dé al pueblo lo que el pueblo necesita pero sin ambages, sin subterfugios, sin trampas. Es un momento histórico que no puede demorarse ni diluirse en estratagemas de índole político. El pueblo necesita respuestas claras y contundentes y las necesita ya. Perder esta oportunidad que pocas veces brinda la Historia, sería perder la poca credibilidad que tienen las instituciones, particularmente la Corona, y, lo que es peor, perder el favor de un pueblo expectante que está ansioso por ver cómo sus nuevos reyes salen de la difícil situación en que les ha puesto una herencia envenenada.
No es, pues, el momento de debatir el modelo de organización del Estado, ni de elegir entre Monarquía o República, es el momento de poner el Estado en marcha con nuevos bríos y devolverle la ilusión y la esperanza a un pueblo que, para bien o para mal, siempre ha sabido estar o con sus gobernantes o contra ellos. Así que no es al pueblo a quien toca elegir si está o no con sus reyes sino a los nuevos reyes elegir si están o no con su pueblo. Que elijan ellos pero que elijan bien, pues falta les va a hacer.
Jaime Bel Ventura
Tornquist, Argentina – 12 de junio de 2014.